Ya en febrero de 1946, en las páginas
del lanzaroteño Pronósticos, Pancho
Lasso se quejaba de que en esta isla «nuestro
pueblo ignora sus hombres ilustres; y lo ignora porque carece de monumentos que
digan su historia y su vida». Casi 70 años después, cuando ni siquiera sabemos
bien quién fue el propio Pancho, el eco escrito de sus palabras se amplifica en
nuestra retina para recordarnos la deuda que aún tiene pendiente la
historiografía canaria con el paisanaje de esta isla que supo trazarnos un
camino con el que llegar hasta nuestros días. Tal vez, incluso, puede que
hasta, sin saberlo, nos hayamos desviado del mismo. Es probable, de hecho, que
estemos aquí, ahora, leyendo estas líneas de vindicación lancelótica sin poder
recordar, porque nunca lo supimos, que hubo un día en que Agustín Espinosa creó
un “Lanzarote nuevo, un Lanzarote inventado por mí” y que tanto inspiró a César
Manrique al mirar la Arquitectura inédita
de esta isla. O que estemos organizando nuestras vacaciones de Semana Santa en
La Graciosa sin tener apenas idea de que, en su momento, un tal Ignacio Aldecoa
encontró allí su paraíso, y no por la belleza del paisaje a la que la artificiosa
postal turística nos tiene acostumbrados, sino por la esencia de la isla, que
no era otra que la de permitir vivir en ella en un intemporal presente. Y todo esto a pesar de que, por razones que
probablemente ignoremos, los personajes a los que cito dan nombre a importantes
centros educativos de Lanzarote.
Agradezco, pues, la invitación
del CEP para participar en este blog de Sospechosos
habituales, y lo hago con el propósito de recordar a aquellos personajes
que, vinculados a la educación pasada y presente de nuestra tierra, han
recorrido mundo para ayudarnos a ser isla. En esta ocasión deambularé sobre la
figura de Isaac Viera. El mes que viene, ya veré, aunque por nombres, que no
sea.
******
La atribulada existencia de Isaac Viera y Viera
El conocimiento sobre la vida y obra de
Isaac Viera y Viera no es aún semejante a la importancia de su singladura
personal y creativa por el archipiélago canario y varios países de
Hispanoamérica. En cualquier caso, a través de su propia autobiografía en Palotes y Perfiles (1895) y de varias
noticias en la prensa de la época es posible reconstruir buena parte de su
trayectoria personal y literaria.
Isaac Vierra
nació en 1858 en Yaiza, al sur de Lanzarote, desde donde se trasladó muy joven
a Gran Canaria para avanzar en su formación académica en el Seminario Conciliar
de Las Palmas. Sin embargo, antes de culminar su proyecto educativo marchó a
Montevideo, donde conoció a su futura esposa y se vio envuelto en una discusión política que le obligaría a
desplazarse a Cuba, isla que abandonó tiempo después para regresar a Canarias,
concretamente a Tenerife, donde el escritor sureño dispuso del amparo de una
hermana suya. Poco después volvió Viera a emigrar, esta vez a Venezuela y, más
tarde, a Argentina, país en el que abogó públicamente por la independencia del
municipio de Lanús (provincia de Avellaneda), intromisión política que, además
de proporcionarle algo de dinero, le condujo de nuevo a la huida.
A falta de un estudio siquiera
aproximado a la labor política de Viera en Hispanoamérica y de sus
contribuciones (literarias o no) en la prensa del gran continente, sólo queda
intuir a través de sus propias palabras en Palotes
y perfiles una personalidad firme y convincente capaz de despertar no sólo
la admiración de algunos, sino también la animadversión de otros, y que, en
cualquier caso, le posibilitó el formar parte invitada de algunas de las más
importantes discusiones políticas del momento. Así, por ejemplo, cuenta el de
Yaiza que
por
causas de todos conocidas tuve que emigran con mi numerosa prole a la República
Argentina, con poca plata, como dicen por allá, en el bolsillo, pero con
muchísimo coraje en el corazón.
[…]
Después de una feliz travesía, arribé a Montevideo, en una de esas mañanas
cuyos matices vivirán por siempre en mi retina.
A
la vista de la bellísima ciudad, que los vates aficionados a poner motes llaman
“Coqueta del Plata”, escribí una decena de espinelas, saludando a la patria
heroica de Arigas y Lavalleja.
De esas
décimas recuerdo la primera y la última.
[…]
La composición literaria a que me refiero se publicó en casi todos los diarios
de la metrópoli uruguaya. Y a los pocos días de la inserción de mis humildes
versos de salutación al país a donde acababa de arribar, esos mismos
periódicos, en sendos artículos, anunciaban una conferencia del que estos
renglones escribe, excitando al público a que concurriera a dicho acto.
“En
el teatro Solís
di
mi pobre conferencia;
el
tema: la independencia
del
uruguayo país.
Leoncio
Lasso de la Vega
hizo
mi presentación,
encomiando
en su oración
mi
periodística brega”.
Salí
con doce duros de Santa Cruz de Tenerife, y llegué a Buenos Aires con mil pesos
argentinos, que me produjo la conferencia que di en Montevideo.
Ese
milagro, que yo sepa, no lo ha hecho ni la virgen de la Buenaleche.
Ya a finales del siglo XIX, regresó
Isaac Viera a Tenerife. Allí, en 1891, publicó La Casa de la Señora, una leyenda en verso editada por Abelardo
Bonnet[1]
y, más tarde, en 1895, el ya mencionado Palotes
y perfiles. Es posible que ya por estas fechas estuviera residiendo en
Granadilla de Abona, al sur de la isla, pues, según testimonia la prensa de la
época, en 1896 el de Yaiza regentaba en este pueblo una escuela privada que, al
parecer, llegó a cobrar gran fama por los excelentes resultados académicos de
sus alumnos, hecho que, según un cronista del diario La Opinión (9 de enero de 1896), contrastaba «con el abandono en
que vegetaba la instrucción primaria en casi toda esta parte de la isla».
Además, refieren estas mismas fuentes que el éxito y admiración de las
autoridades locales hacia Viera, llevaron a éste a planear la creación de un
centro de segunda enseñanza[2].
No obstante, todo apunta a que las
ambiciones del célebre maestro se vieron frustradas con el tiempo, pues en 1914
lo encontramos de nuevo en Arrecife dirigiendo el periódico Antonomasia, desde el cual abogó por la
autonomía de cada una de las islas del archipiélago. Asimismo, en 1918 se situó
al frente de El Heraldo de Lanzarote,
pero sus críticas a León y Castillo y a su paisano José Betancort Cabrera
(Ángel Guerra), a la sazón diputado por la isla de Lanzarote, le hicieron
abandonar de nuevo la más oriental de las Canarias, esta vez rumbo a Tenerife.
Allí, en 1930, dirigió el diario republicano La Patria.
Finalmente, en una fecha que resulta aún
difícil de fijar, regresó Isaac Viera y Viera a su isla natal, muriendo en
ella, concretamente en el Puerto del Arrecife, en 1941, dejando tras de sí una
atribulada vida marcada por la militancia política, el quehacer periodístico y
la creación literaria. Junto a las obras ya mencionadas, fue el de Yaiza autor
de Por Fuerteventura (pueblos y
villorrios, 1904), el etnográfico Costumbres
canarias (1916, con reediciones en 1924, 1932 y 1994), el libro de poemas Aires isleños (1921) y un ensayo de
paradero desconocido titulado La farsa
política en Canarias. Además, durante su estancia en Buenos Aires es sabido
que estrenó la comedia de ambiente criollo El
hábito no hace al monje.
****
De manera general, puede decirse que la
obra literaria de Isaac Viera, y de manera especial su creación poética,
transita ese regionalismo literario de herencia costumbrista en el que se
tiende a la idealización tardorromántica del paisaje canario (e hispanoamericano).
El “Poema a Granadilla”, publicado por Viera en el diario El Porvenir, el 6 de diciembre de 1905, es un claro ejemplo de este
grado de idealización que, aún en los primeros años del siglo XX, el autor
acostumbraba imprimir cansinamente a sus versos:
Vedle de un
monte a la falda
reclinar su
blanca frente
como sultana
indolente
sobre un lecho
de esmeralda.
Vedle en sueños
tropicales
con campestres
atavíos
entres sus
bosques umbríos
de frondosos
naranjales.
Zagales y
campesinas
discurren por
sus senderos
que sombrean
limoneros
y tapizan
clavellinas.
Y sus linfas
serpentean
por entre
huertos feraces,
y las cabras
montaraces
entre los pinos
sestean.
Su gente es
buena, sencilla,
tan franca y
hospitalaria
que no hay en
tierra canaria
pueblo como
Granadilla.
Una tarde en
Acojeja,
en esa hora en
que el sol
coronado de
arrebol
sobre la mar se
refleja
vi un paisaje
que el pincel
no osa imitar,
ni la pluma,
porque es
belleza suma
o bellezas a
granel.
Allá el Guajara
imponente
entre el cendal
de un celaje,
más abajo el
oleaje
de Océano
rugiente.
Y a mis pies
una aldeilla,
en la margen de
un barranco,
y allá el
caserío blanco
del pueblo de
Granadilla.
De sus risas al
rumor
lancé mis
tristes cantares
que suenan
entres sus pinares
como gritos de
dolor.
Granadilla es
un pedazo
del Paraíso
perdido,
y su recuerdo
va unido
a mi alma con
dulce lazo.
Perdona mi
atrevimiento
amigo, si mi
cantar
no lo puedo ya
adornar
con galas del
pensamiento.
Como puede verse, el pueblo de
Granadilla es cantado (descrito) fundamentalmente a través de su paisaje
mediante la evocación bucólica y utópica «del Paraíso perdido» en un ambiente
de «sueños tropicales», «bosques umbríos», «frondosos naranjales», «huertos
feraces», y «zagales y campesinas» que, en su conjunto, en algo podrían
parecerse a los montes de Cairasco de Figueroa, a la rica campiña grancanaria
de los hermanos Millares Cubas o al frondoso valle de La Orotava dibujado por
Benito Pérez Armas.
Por su parte, el libro Costumbres canarias (1916), con sus
bailes de candil, fiestas de la Pascua, parrandas, romerías, obras de teatro,
canciones, etc., constituye una clara muestra de aquel sentimiento nostálgico
hacia unas tradiciones menguadas o simplemente desaparecidas al calor de los
nuevos tiempos. Así, con respecto a las parrandas, dirá el de Yaiza que
Hemos
descrito someramente la edad de oro de nuestras peñas, para que la cual
generación vea que la plétora de dinero contribuyó a prostituir los hábitos de
los insulares, y a que las “parrandas” llegaran al desenfreno y tomasen las
proporciones de verdaderas orgías al aire libre, en determinados pueblos de
nuestra región.
Los
“parrandistas” de Arrecife, como un horda, invadían las tabernas, y después de cantar
por todo lo alto y entregarse a ellas a báquicas libaciones, concluían por
arrojar a la calle las botellas, el mostrador y los andamios, mientras tanto el
tabernero daba brinquitos de alegría, diciendo para las mangas de su camisa,
como el juez del cuento:
-Ahí me las
den todas.
Porque
al día siguiente percibía en monedas de oro –pues en aquella época las de plata
circulaban poco- cuando menos el doble del valor de los daños causados. Así es
que hubo dueño de taberna que enriqueció, pasando cuentas galanas a los
rompedores de armazones y envases de vidrio. (Viera y Viera 2003: 18-19).
Imbuido también del sentimiento
nostálgico que causaba en Viera el recuerdo de las tradiciones
hispanoamericanas, no pierde ocasión el de Yaiza para establecer comparaciones
entre las costumbres canarias y las de aquellos países del lejano continente en
que vivió el escritor:
El
baile de candil, entre los gauchos argentinos, según refiere el poeta José
Hernández, casi siempre terminaba con una riña sangrienta, en la que el acerado
facón, esgrimido por certera mano, relucía entre las tinieblas, rebanando
cabezas con la facilidad que un taumaturgo se traga una vela.
Ese
trágico fin de fiesta era característico de aquellos tiempos que se pierden en
las brumas de remota lejanía, en los que campaban por sus respectos en la Pampa
Santos Vega, Juan Moreira y Martín Fierro[3], en cuya boca pone Hernández la
siguiente redondilla:
Como nunca he sido
vil
y el peligro no me
espanta,
me resbalé con la
manta
y la eché sobre el
candil.
Entre nosotros no se tira de la manta par dejar a oscuras el local del baile, sino de un estacazo se hace saltar el candil con sus tres o cuatro mechas de algodón empapadas en aceite de oliva, y de pronto suena la lúgubre, sacramental frase de “sálvese quien pueda”, como si se tratara de un naufragio. (Viera y Viera 2003: 9-10).
Sin embargo,
no se percibe en este libro el mismo grado de idealización del paisaje que
antes presidía el “Poema a Granadilla”, tal vez porque ahora el foco del relato
no está tanto el paisaje como el paisanaje, esto es, en sus habitantes y, más
aún, en sus costumbres. En este sentido, al igual que los caciques o señoritos
burgueses de las campiñas de los Millares Cubas, los personajes de la obra de
Viera, a través de las múltiples anécdotas que protagonizan, se convierten en
formas abstractas que dan sentido a un pasado isleño, importando más lo que
representan que lo que verdaderamente son en tanto que individuos. Así, aún
lejos del bucolismo e idealización de obras anteriores, Viera busca más bien
crear, y no captar, la realidad insular, por mucho que este proceso compositivo
se sedimente en las actuaciones concretas de unos personajes que, antes que dar
vida y argumento a un relato, trazan, bajo el anonimato de su individualidad,
las señas de identidad de un pueblo (de una colectividad) en presuroso cambio.
Al mismo tiempo, cabe advertir que, a
pesar incluso de los diálogos que pueblan los distintos cuadros de la obra, no
llega el de Yaiza a esa actitud mucho más narrativa y compleja que caracteriza
a los relatos más apegados al Realismo, del mismo modo que tampoco logra
ahondar con profusión en la psicología de los personajes Y es que nada de ello
interesa a Viera, pues para él la identidad isleña que se desprende del
quehacer de sus paisanos debe ser recreada, no captada, para simplemente
ofrecer un collage compositivo que sirva de testimonio indeleble del pasado
isleño, o, dicho de otra manera, de escritura de la abstracción global de las
formas de vida del canario.
Zebensui Rodríguez Álvarez
[1] A
ella se refiere el redactor de El
Auxiliar. Periódico de Primera Enseñanza, el 31 de agosto de 1891. Sin
embargo, no he alcanzado a ver ningún ejemplar de esta obra que, por otra parte,
repite título (y muy probablemente temática) con una novela de Antonio María
Manrique.
[2] La Opinión, 30 de julio de 1896.
[3]
Adviértase el conocimiento que tenía Isaac Viera de la producción literaria
argentina del novecientos, especialmente de aquellos autores con los que mayor
afinidad ideológica podía tener el vate canario.
SOSPECHOSOS HABITUALES
ACCESO
ACCESO
Sección abierta al profesorado y personas afines al mundo de la literatura, donde se publican de forma periódica, reflexiones, sugerencias, textos literarios, etc. que los "sospechosos habituales" entiendan que deben publicar. El CEP de Lanzarote no se hace responsable de las opiniones reflejadas en este apartado, de expresión escrita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario