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viernes, 28 de noviembre de 2014

¿Qué hacer? por Orlando Suárez Curbelo


¿Qué hacer?


Para solucionar cualquiera de los problemas que afectan a la sociedad en la que nos desenvolvemos y evitar que se eternicen, o lleguen a ser irresolubles, lo primero que hay que hacer es identificarlos, para así, además de intentar arreglarlos, poder reducir al máximo sus efectos negativos, o los sufrimientos que producen en las personas.

El consenso que, después de la segunda guerra mundial, se alcanzó en gran parte de los países occidentales y que condujo al Estado de Bienestar y a salvar, tanto la libertad, como  los sistemas democráticos; se viene rompiendo desde hace algún tiempo con propuestas y políticas neoliberales que siguen conduciendo a un injusto incremento de las desigualdades, produciendo malestar ciudadano, multiplicando carencias personales y provocando unas insoportables fracturas sociales, con crecientes frustraciones, intolerables sufrimientos y a la puesta en cuestión de nuestros modelos políticos y sus actuales bases institucionales.

Las opacidades y los fallos del sistema han posibilitado corruptelas, abusos, desviaciones e ineficiencias que, además, han estado condicionados por una determinada estructura del poder y sus complicidades intelectuales, junto a la codicia desmedida e irresponsable de los actores económicos más poderosos. Poderes que han querido, y siguen pretendiendo, maximizar sus beneficios y riquezas a base de aminorar costes, prescindiendo de los necesarios criterios de equidad, o del razonable e imprescindible equilibrio. Por otra parte, las desigualdades, la asimetría social y la exclusión a la que conduce el paro, con las patologías que éste genera, amenazan desde hace algún tiempo con hacerse cada vez más difíciles, peligrosas y explosivas. 

El paro, junto con la precarización de las condiciones laborales generales y el aumento de trabajadores que tienen unos ingresos con los que no superan el nivel de la pobreza, están generando una crisis social, económica, política y cultural que incide en cada vez más personas, con un evidente deterioro de los niveles de vida de muchos ciudadanos, provocando una movilidad social descendente, que ya afecta a amplios sectores de las clases media y trabajadora, de los jóvenes y de las mujeres.

Si persiste la deriva actual, o si, a medio plazo, siguen empeorando las condiciones y continúan aumentando las situaciones de carencia, se puede llegar a hacer inviable cualquier sistema en el que amplios sectores sociales puedan tener asegurado un modo de vida digno y razonable.

Muchos ciudadanos se preguntan: ¿qué es lo que no funciona; por qué está sucediendo todo esto; o por qué lo que quiere la mayoría de la gente no se consigue en este sistema, que creemos democrático, cuando lo que deseamos y necesitamos la mayoría son ordenamientos y modelos políticos e institucionales más humanos, más transparentes y más justos?. 

 O se actualizan, completan, perfeccionan y reforman los mecanismos de nuestro sistema democrático y de su entramado político e institucional, para que así pueda dar respuesta a los problemas de las personas y a las aspiraciones de la mayoría social, o la protesta, el malestar, la radicalización y la desafección generarán situaciones que pueden llegar a ser alarmantes.

Como todos, el poder económico, que ejercen personas a las que nadie vota, ha de estar regulado y debe someterse a la Democracia que se legitima en los procesos electorales. Democracia que no puede permitir que la desregulación, que siempre han pretendido los que no necesitan de la política porque ellos mismos se bastan para administrar sus intereses, incremente la desigualdad y el abuso del fuerte sobre el débil.

En situaciones como las actuales, cuando sufrimos la peor crisis económica internacional desde 1929, cuando los altos niveles de desempleo han provocado el empobrecimiento de amplios sectores profesionales y laborales, y se produce el mayor descrédito de la política en nuestro país, desde el año 1977; es cuando más necesitamos de la política; cuando debemos reivindicar la acción y el cambio necesario frente al inmovilismo; cuando debemos exigir la buena política fundada en valores y en el comportamiento ético, frente al pragmatismo ciego y egoísta. Una política que ha de organizar el espacio público que compartimos haciendo frente, tanto a la ley del más fuerte, como a la resignación.

El Estado-Nación ha perdido peso y esta sobrepasado por las macro-empresas transnacionales que imponen sus propios intereses sobre el interés general, limitan o impiden claramente un modelo equilibrado de convivencia, hacen incompatible el crecimiento con la protección del ecosistema, el reparto equitativo de la riqueza y el respeto a los derechos humanos en todo el mundo.

La movilidad de capitales sin control, la desregulación, deslocalización, rebaja de impuestos, paraísos fiscales, determinados incentivos a la inversión, reducción de servicios sociales, precarización laboral, reaparición de la exclusión y la marginación, hambre y miseria en el tercer mundo, tienen que ver con la aplicación estricta de una doctrina que exige la ausencia total de regulación de las fuerzas del libre mercado, y que tiene como consecuencia que muchas personas pierdan su libertad. Por estas razones es urgente y necesaria una Política con leyes que protejan a los más débiles.

El duro capitalismo sin regulación y control, cuando ha logrado ser hegemónico gracias a las políticas neoconservadoras, ha vuelto a retomar su cara más, cruel, codiciosa, depredadora e insaciable, precarizando el trabajo y rebajando la protección social y los servicios públicos, también en los países desarrollados.

Dándonos cuenta de estas cosas podremos estar atentos y evitar que se promueva la polarización política y social, se ofrezcan soluciones simples a problemas complejos, o se pretenda explotar electoralmente el hartazgo y el enfado de la ciudadanía, sin plantear propuestas políticas realizables o alternativas creíbles.  

Nos conviene detectar eventuales manipulaciones interesadas que sin bagaje que hayamos tenido la oportunidad de conocer o contrastar, pretenden ser defensores exclusivos de la educación, la sanidad pública y los servicios sociales cuya salvaguarda muchos compartimos y reivindicamos. Posiciones que sugieren o afirman, descalificándola, que la transición no ha traído nada bueno y que nuestra sociedad y los gobiernos de más de treinta años, que han propiciado el (aún manifiestamente mejorable) Estado de Bienestar en España, y han superado situaciones dramáticamente adversas de falta de libertad y de democracia en nuestro país, no han mejorado la sanidad, la educación, los servicios sociales y asistenciales, los indicadores económicos, los incrementos del PIB, o no han consolidado avances en derechos y libertades sociales y ciudadanas, y corregido índices de todo tipo que nos distanciaban de los parámetros de bienestar de otros países de nuestro entorno.

O que nieguen los logros alcanzados gracias a la integración en Europa y la creación de un mercado único; Unión Europea que evidentemente también es necesario transformar escuchando a los ciudadanos que desean otra Europa y cuestionan, con toda razón, que el proceso de integración se base exclusivamente en la integración en el ámbito económico y no se complete la Europa Social.

Tanto los responsables de las políticas conservadoras y austericidas que han conducido a la situación actual, como los que interesadamente intentan conectar con la desesperación para rentabilizarla electoralmente y se limitan a descalificar, pueden poner en riesgo la armonía y la paz social, o generar unas condiciones desfavorables, complicadas y cada vez más difíciles para el mantenimiento y el desarrollo de la democracia y de las libertades, imprescindibles para superar los problemas que afectan a la mayoría de los ciudadanos de este país.

Considerando que la falta de equilibrios sociológicos tiene como resultado la erosión y la desconfianza política, las opciones que en el futuro quieran contar con el apoyo de la ciudadanía tendrán que analizar las actuales condiciones económicas, políticas y sociales y a partir de ellas dar respuesta a los nuevos problemas de desigualdad y exclusión social, priorizándolos en sus agendas y en la formulación de sus programas de reformas.

               Y lo podrán hacer cabalmente, evitando que lo que se les quita a los pobres vaya a parar a manos de los ricos, y resolviendo una de las paradojas de nuestra época en la que el importante grado de desarrollo económico y tecnológico no va acompañado del correspondiente grado de desarrollo social y de redistribución de la riqueza. Será posible hacerlo si se apoyan, además de en lo aprendido o en la experiencia, en la nueva conciencia crítica que pide alternativas capaces de canalizar adecuadamente el necesario reformismo social e implicando activamente en su seno a los sectores sociales que en mayor grado están padeciendo las contradicciones, las carencias y los problemas del actual ciclo económico y social.

Será posible hacerlo con nuevos enfoques internacionalistas orientados a buscar alternativas globales a los problemas globales de nuestro tiempo, propiciando políticas eficaces de cooperación internacional que garanticen una mejor y más equilibrada distribución de las riquezas y de las oportunidades a nivel mundial. Hará falta una hoja de ruta reequilibradora, democratizadora e internacionalista, con propuestas programáticas y compromisos que puedan ser conocidos y evaluados por toda la ciudadanía, por ti y por mí.


Para ello contamos con jóvenes formados y llenos de energía; con ciudadanos cargados de experiencia y madurez; con más recursos tecnológicos y con una sociedad abierta donde las cuestiones públicas pueden debatirse y acometerse con criterios de racionalidad y de mayor corresponsabilidad. Las cosas las podremos hacer mejor y de manera más democrática, si todos, sin exclusiones y descalificaciones apriorísticas o interesadas, recuperamos la confianza en, y entre, nosotros mismos, y en las instituciones de las que nos hemos dotado y que irremediablemente hemos de modernizar; y si todos nos implicamos y somos más exigentes con los controles y con la ética de quienes pretendan representarnos. 

Por Orlando Suárez Curbelo








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